Hoy quiero compartir con vosotr@s uno de mis primeros "ejercicios" del Curso de Escritura Creativa, de hace unos años...
LA MECEDORA QUE SIEMPRE QUISO SER COLUMPIO
Dos maletas grises. Dos maletas desafiantes me esperan en la puerta. El pasillo interminable.
Y Malena corre hasta mi cintura y la rodea muy fuerte con sus pequeños brazos.
- Papá, no te vayas.-Me agacho despacio hasta que me encuentro sus grandes ojos muy abiertos, suplicantes.
–Malena, papá se tiene que ir, ya sabes que mamá y papá...
Y Malena se tapa los oídos, y corre a cambiar de brazos, y hunde las coletas en el vientre de Ella. Aprietan los ojos. Las dos.
No me miran cuando abro la puerta. No me miran cuando las miro, abrazadas, al final del pasillo interminable, donde jugábamos el domingo al escondite. Se sobresaltan.
Ya no las puedo mirar tras el portazo.
No puedo ver como Malena se desprende del calor de los brazos de su madre y corre. Echa a Miau de la mecedora, de un manotazo. La gata protesta. La mecedora, también. Malena sube los pies. No quiere tocar el suelo. Se balancea rápido, agarrándose las rodillas entre sus brazos, chupándose el pulgar. Se columpia. Le gusta columpiarse. Me hizo prometer que en verano le pondría un tobogán y dos columpios en el jardín. Y Malena piensa que ya no, que igual ya no llega el verano. Y coge impulso, se balancea más rápido porque el crujido de la madera sofoca el llanto de Mamá.
LA MECEDORA QUE SIEMPRE QUISO SER COLUMPIO
Dos maletas grises. Dos maletas desafiantes me esperan en la puerta. El pasillo interminable.
Y Malena corre hasta mi cintura y la rodea muy fuerte con sus pequeños brazos.
- Papá, no te vayas.-Me agacho despacio hasta que me encuentro sus grandes ojos muy abiertos, suplicantes.
–Malena, papá se tiene que ir, ya sabes que mamá y papá...
Y Malena se tapa los oídos, y corre a cambiar de brazos, y hunde las coletas en el vientre de Ella. Aprietan los ojos. Las dos.
No me miran cuando abro la puerta. No me miran cuando las miro, abrazadas, al final del pasillo interminable, donde jugábamos el domingo al escondite. Se sobresaltan.
Ya no las puedo mirar tras el portazo.
No puedo ver como Malena se desprende del calor de los brazos de su madre y corre. Echa a Miau de la mecedora, de un manotazo. La gata protesta. La mecedora, también. Malena sube los pies. No quiere tocar el suelo. Se balancea rápido, agarrándose las rodillas entre sus brazos, chupándose el pulgar. Se columpia. Le gusta columpiarse. Me hizo prometer que en verano le pondría un tobogán y dos columpios en el jardín. Y Malena piensa que ya no, que igual ya no llega el verano. Y coge impulso, se balancea más rápido porque el crujido de la madera sofoca el llanto de Mamá.
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