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domingo, 13 de mayo de 2012

LA PELÍCULA DE MI VIDA






LA PELICULA DE MI VIDA


No me gusta colocarme tan cerca de la pantalla, pero en este caso, he acabado por ceder.

Creía haber dejado claro en la taquilla que prefería una localidad centrada, pero ahora que recuerdo, se ha limitado a regalarme una irónica sonrisa al decirme “Sala Uno, ya puede pasar“.


De pronto, siento un pinchazo de remordimiento: debí llamar a Carlos para hablar con él, aunque fuese solo un minuto … Ahora ya se con toda seguridad que llegaré tarde a casa, y él se habrá acostado. Mañana por la mañana, también trabajará, me lo comentó. Habíamos pensado hacer una escapada de fin de semana, pero otra vez será imposible. Ahora, el pobre anda muy liado con el tema de la renta y todo eso, que tienen que entregarlo antes de no se qué día. Y digo el pobre, no quiero compadecerme de él, porque yo vuelvo después de siete días de Congreso, una semana entera de conferencias, mesas redondas y debates que, a pesar de ser interesantes, aportan poco o nada. Agotador.


Pero volviendo a Carlos, no entiendo por qué no le he llamado. O quizás sí. Puede que sea cosa del subconsciente. En el fondo, a pesar de que le quiero con locura, o quizás por eso… me encanta que sufra un poco. No darle todo en bandeja.

Si tardo media hora en llamarle, si me retraso un poco más de lo normal… entonces se que empezará a preocuparse, a necesitar saber de mi casi con urgencia. Pero luego, como dice Charo, soy demasiado blanda y visceral, y ni siquiera doy opción a que me eche de menos.

Y es después cuando lo pienso. Puede que luego sea él quien me llame.


De camino, he conectado el manos libres en el coche, precisamente lo instalé hace quince días. No me arriesgo a coger el móvil… y perder un montón de puntos. Creo que cuando salí del Palacio de Congresos, olvidé desactivar el modo silencio.

En fin, no sirven de nada mis propios reproches pero tampoco he hablado con mi madre. Poco me hubiera costado avisarle de que no puedo volver a la hora prevista, que no me espere a cenar… además si me retraso, estará angustiada. La conozco bien. Después de montarse una película de Hitchcock, acabará por marcar el número de teléfono de Carlos.


Creo que necesito ir al lavabo. Me sobra tiempo. Son menos cinco. He mirado el reloj, aunque no estoy segura de en qué momento.


Se están apagando las luces. Es curiosa esta sala para ser de un pueblo de paso: van disminuyendo la intensidad de la iluminación poco a poco, gradualmente.

Estoy en una butaca en la tercera fila, muy cerca del pasillo, así que no tengo obstáculos, piernas, bolsos, gente a la que molestar. Me incorporo y camino lentamente hacia el punto de luz de la salida de emergencia.

Recorro el pasillo a oscuras… pegada a la pared de moqueta. Me sorprende que esté todo tan poco iluminado, incluso los servicios, al final del pasillo.

Me noto muy extraña, tengo una sensación de presión en la boca del estómago. Pienso en lo que he comido, hace bastante rato: ¿tres horas y media?, aun con todo, creo que fue algo muy suave. No recuerdo.

Pensé ir al baño, pero en cambio, sigo aquí, sentada. ¿O quizás he ido y ya he vuelto?

No, no estoy segura.

Percibo mi cuerpo distinto, ingrávido, algo alejado de mi propia realidad. Me gustaría verme en un espejo, posiblemente estoy algo pálida. A la salida, ahora no me levanto.

Ni siquiera miré el título… o quizás sí lo hice al entrar, la verdad: me cuesta recordar cómo he llegado hasta aquí, supongo que ya me encontraba mareada.



Procuraré relajarme, deleitarme con la música. Suave, lenta, acogedora… parece que me va meciendo, transportando… no quisiera dormirme… pronto comenzará la película.


La profesora de yoga hace unos días trajo una música parecida para los diez últimos minutos de clase. El sonido del agua, un riachuelo, un piano de fondo, trinos suaves… en otras circunstancias prefiero el pop-rock, pero soy de gustos variados… no me gusta encasillarme, tampoco me gustan las etiquetas.


Debo estar sonriendo… no estoy borracha, ni nada por el estilo. Si bebes, no conduzcas. Puede que haya tomado solamente agua.


Eran las tres de la tarde y hacía mucho calor, eso sí puedo recordarlo, y por supuesto, bebí una botella de agua, casi entera, además de mojarme abundantemente la nuca y el cuello.

Me palpo la ropa… está seca, por suerte. No, no llegué a empaparme. Y si lo hice, se ha evaporado.

De pronto, oigo un chirrido prolongado, un sonido estridente... Abro los ojos, aunque es inútil estando en tinieblas.

Parece extraño, juraría que se movió el suelo bajo mis pies.

La tensión me produce siempre dolor de cabeza y ahora, aprecio un sabor metálico en mi boca.

Miro al suelo, hacia los lados… nada. Sigue todo en penumbra.


Hacia el frente, tampoco hay cambios en la pantalla, no se como la gente de este lugar no protesta.

Me viene a la mente, una nítida imagen de la primera vez que fui al cine. Llevaba dos lazos rosas en las coletas, que me costaron sudores y lágrimas.

Mi madre siempre me daba tirones al peinarme. Al cogerme el pelo con esas gomitas de gancho, se me saltaban las lágrimas.

Ahora aguardo en aquella fila del viejo cine Rialto, con una bolsa pequeña de palomitas de colores apoyada entre el canesú del vestido de mariposas y la correa cruzada de mi pequeño bolso de cuero.

Ella se agacha y me coloca bien la faldita. Yo resoplo hacia mi frente y se alborota mi flequillo.

Aprieto fuerte su mano, porque estoy nerviosa, porque es la primera vez que voy al cine.

Ahora que me oigo suspirar, no puedo evitar relacionarlo con Carlos: nuestra primera vez.

Lleva un vaquero desgastado, y se está desabrochando la camisa. Sonríe mirándome fijamente a los ojos. Miro la luz de las velas y luego su torso, en penumbra, su perfecto abdomen. Yo también sonrío, con timidez, y le ayudo a desabrocharse los últimos dos botones. Comienza lentamente el bolero de Ravel. Me recreo unos instantes pero…aflora otra imagen, (asociación de ideas le llaman).

Mi pánico reflejado en sus gafas de sol.

No se si por asociación de ideas, pero distingo claramente mi pánico reflejado en los dos cristales de sus gafas de sol.

Nos encontramos en la cumbre de la montaña rusa, fue en nuestro viaje a Barcelona. Me agarro fuerte y grito… y cierro los ojos al iniciar el descenso. Quisiera no haber subido.

Descendemos a una velocidad vertiginosa, apenas puedo respirar, sale un sonido gutural de mi boca y me agarro con todas mis fuerzas a la barra metálica… Mi novio se ríe, pero también ha gritado, imitándome y veo que suelta las manos de la barra, me las enseña agitándolas y alza los brazos… y le suplico que no lo haga, por dios.

No se porqué me río si realmente tengo miedo de que pueda salir despedido de esa serpiente de acero. La vía no acaba nunca, no veo el final de los rieles. Solo oigo chillidos a mi espalda. De nuevo, ese dolor en mi sien, mi mandíbula, y en la boca del estómago.


Me veía en sus gafas, como ahora, en las pulidas baldosas blancas, grandes, de aquel pasillo interminable. Me cuelgan los pies en la silla, los balanceo. Y mi mirada salta de la punta de mis zapatos a la doble puerta con el cartel de prohibido el paso a toda persona ajena…

Soy pequeña, pero no tonta. No pensaba cruzarla, no se tenían que molestar en colocar el cartel… ¿alguien que no sea médico, cirujano o enfermera va a entrar ahí por su propia voluntad? No, a no ser que sea el paciente, y no tenga más remedio. Después de dos horas y media, asoma el pico de la bata verde tras la puerta. Despacio. No como antes, ahora no se levantan los bajos de la bata con el movimiento rápido, porque el hombre sale despacio. No tiene prisa. Nos mira de lejos y avanza. Salto de la silla y corro a preguntarle si ha salido bien la operación.

Yo creo que no me ha oído, y se lo repito más deprisa y más alto, y la verdad, me molesta que los mayores se empeñen en no dar importancia a nuestras preguntas, me alborota el pelo, toma del brazo a mi madre y se apartan a un lado.

Casualmente, me doy cuenta que la música ha cambiado, me sudan las manos, el corazón palpita rápido.

Un, dos, tres…

La pantalla… puede que haya algún problema con la película.

Parece que empezará en breve la película.

Los nervios del examen se evaporan cuando apruebo, llego a casa. Celebrábamos el cumpleaños de Jorge, y entro saltando con el papel en la mano, gritando le cojo del bolsillo las llaves del coche a mi hermano.

Mi madre nos llama a comer, y mi sobrino tira el biberón de agua al suelo.


El agua.

Si no estuviera todo tan lúgubre podría salir a por un botellín. Tengo que mirar hacia la puerta de entrada por si entra un acomodador o alguien que pueda dar una explicación a lo que está ocurriendo en esta sala.






 

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